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1- 26 CUENTOS PARA PENSAR

JORGE BUCAY 

COMO CRECER?

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado.

En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a vos mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena…

ANIMARSE A VOLAR

..Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:

-Hijo mío, no todos nacen con alas.

Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen

Dios te ha dado.

-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.

-Ven – dijo el padre.

Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.

-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar.

Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás…

El hijo dudó.

-¿Y si me caigo?

-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.

Los más pequeños de mente dijeron:

-¿Estás loco?

-¿Para qué?

-Tu padre está delirando…

-¿Qué vas a buscar volando?

-¿Por qué no te dejas de pavadas?

-Y además, ¿quién necesita?

Los más lúcidos también sentían miedo:

-¿Será cierto?

-¿No será peligroso?

-¿Por qué no empiezas despacio?

-En todo caso, prueba tirarte desde una escalera.

-…O desde la copa de un árbol, pero… ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.

Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó…

Desplegó sus alas.

Las agitó en el aire con todas sus fuerzas… pero igual… se precipitó a tierra…

Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:

-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno… – lloriqueó.

-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.

Es como tirarse en un paracaídas… necesitas cierta altura antes de saltar.

Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.

Si uno no quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.

EL BUSCADOR

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador

Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra.

Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su

vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir.

Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo,

así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir,

a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención.

Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras.

La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada…

Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.

El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.

Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción …

“Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra.

Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar…

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una

inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.

El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida.

Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue

comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio

pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

– No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?

¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?

¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.

Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello,

y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo,

abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a su novia y se enamoró

de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?…

Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? …

¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?,

¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?

¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?…

Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado,

para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales.

También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal…

pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario,

el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra.

Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza,

podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente:

¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes.

Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante.

Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:

-Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca…

y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar

de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado,

y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un día, un terrible día para su historia,

el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y

lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

EL OSO

Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso. 

Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado tiempo en el poder),

así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de toda la Rusia,

así que la guardia fue hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la

mazmorra del palacio para esperar allí su muerte.

Cuando, cayo el sol un guardia cárcel le llevó al sastre la última cena,

el sastre revolvió el plato de comida con la cuchara­ y mirando al guardia cárcel dijo – Pobre del zar.

– El guardia cárcel no puedo evitar reírse – ¿Pobre del zar?,

dijo pobre de ti tu cabeza quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.

– Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un sastre,

el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo su propio oso aprenda a hablar.

– ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardia cárcel sorprendido.

– Un viejo secreto familiar… – dijo el sastre.

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento:

¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!

El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:

-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo…

y lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo…

-El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?

– Bueno, depende de la inteligencia del oso… Dijo el sastre.

– ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar

– De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.

-Bueno, musitó el sastre… si el oso es inteligente… y siente deseos de aprender…

yo creo… que el aprendizaje duraría… duraría… no menos de…… DOS AÑOS. 

El zar pensó un momento y luego ordenó: 

– Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana empezarás!

– Alteza – dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza,

mañana estarán muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir.

Pero si me conmutas la pena, yo tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso… debo mantener a mi familia.

– Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán bajo la protección real.

Serán vestidos, alimentados y educados con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado…

Pero, eso sí… Si dentro de dos años el oso no habla… te arrepentirás de haber pensado en esta

propuesta… Rogarás haber sido muerto por el verdugo… ¿Entiendes, verdad?.

– Sí, alteza.

– Bien… ¡¡Guardias!! – gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte,

denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. Ya… ¡¡Fuera!!. 

El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras musitaba agradecimientos. 

– No olvides – le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no habla… – Alteza… –

…Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia,

el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante…

Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.

– Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca, ¡Estás, loco!

Enseñar a hablar al oso… Loco, estás loco…

– Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer,

ahora… ahora tengo dos años… En dos años pueden pasar tantas cosas en dos años.

En dos años… – siguió el sastre – se puede morir el zar… me puedo morir yo… y lo más importante… por ahí el ¡¡oso habla!!

EL TEMIDO ENEMIGO

La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal.

Me permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje

y  otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso.

Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso,

así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo

que le dijera lo poderoso que era.

Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él,

era el más poderoso del reino. Invariablemente todos le decían lo mismo:

-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.

(En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).

El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso,

sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de celos y

temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos.

Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro.

El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí,

confirmando el motivo de su fama.

El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino

iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál.

En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo.

Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda,

demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción.

Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes…

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó…

…Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó:

– ¿Es cierto que puedes leer el futuro?

– Un poco – dijo el mago.

– ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?

– Un poco – dijo el mago.

– Entonces quiero que me des una prueba – dijo el rey –

¿Qué día morirás? ¿Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

– ¿Qué pasa mago? – dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?…  ¿no es cierto que puedes ver el futuro?

– No es eso – dijo el mago – pero lo que sé, no me animo a decírtelo.

– ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-… Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas.

Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando

perdemos a sus personajes más eminentes… Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

– No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey…

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio…

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consejero.

– Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

– Me siento mal – contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones…

El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.

¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero… ¿Y si lo fuera?…

Estaba aturdido

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

– Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio

pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.

– ¡ Majestad!. Será un gran honor… – dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio

y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara…

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño.

Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño

accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.

Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones,

pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta… necesitaba una excusa.

Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más,

supuestamente, para “consultarle” otro asunto…

(Obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).

El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó…

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo

y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara,

casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.

Pasaron los meses y luego los años.

Y como siempre… estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.

Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender,

para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.

Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.

Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo

Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:

– Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho

– Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.

– Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro,

planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino.

Te odiaba porque todos te amaban… Estoy tan avergonzado…

– Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos,

me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.

Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y le dijo:

– Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho,

porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía.

Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de

lo que pensabas hacer, – el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey.

– Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí…

Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección.

Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más

importante cosa que yo te haya enseñado nunca.

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables,

amenazantes o inútiles… y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría

vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes.

Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca.

No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos…

Cuenta la leyenda… que misteriosamente…  esa misma noche… el mago… murió durante el sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente… y se sintió desolado.

No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.

Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.

Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos…

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.

Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda… que esa misma noche… veinticuatro horas después de la muerte del mago,

el rey murió en su lecho mientras dormía… quizás de casualidad…

quizás de dolor… quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.

LA ALEGORIA DEL CARRUAJE

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un regalo para vos.

Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo.

Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa.

Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy "chic".

Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo.

Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo…

todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

Entonces miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo:

"¡Qué bárbaro este regalo! "¡Qué bien, qué lindo…!" Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.

Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.

Me pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.

De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.

-Le faltan los caballos – me dice antes de que llegue a preguntarle.

Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.

-Cierto – digo yo.

Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro les grito:

-¡¡Eaaaaa!!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.

Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.

Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.

Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!

Me grita:-¡Te falta el cochero!

-¡Ah! – digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero.

A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.

Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir.

Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.

Yo… Yo disfruto el viaje.

"Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.

A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió.

Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados

y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos.

Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.

El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos.

No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque…

¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro?

Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones,

dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.

Obviamente tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que

sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje…"

OBSTÁCULOS

Voy andando por un sendero. Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras.

En el horizonte se recorta la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo.

Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad.

Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre

ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.

Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella.

A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa. 

Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo… dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja.

Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto.

Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo

Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas.

Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.

Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho.

Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…

Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire…

De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.  

Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.  

Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?   

El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?

Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.

SUEÑOS DE SEMILLA

En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla,

de alguna manera pequeña e insignificante pero también pletórica de potencialidades.

…Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después.

Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje,

llenándose de flores y de frutos, para poder dar lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse a luz, morir como semillas… para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra voz interior,

que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en cada momento,

entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los triunfos y en los fracasos.

Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez cegadora.

Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos…

Y un día, mientras transitamos este eterno presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles,

y desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,… una sabiduría interior las acompaña… porque cada semilla sabe… cómo llegar a ser árbol…

UN RELATO SOBRE AMOR

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho.

Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña.

Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia.

Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos..

La historia cuenta que había noviado con la complicidad de todo el pueblo.

Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.

Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador.

Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.

Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos.

Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor.

Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía,

pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo…

Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles.

Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, 

semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.

Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera.

Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso.

Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza,

que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba,

le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar,

lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.

Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj.

"Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa.

Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar.

Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.

Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto.

Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo,

se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural".

Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.

El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj.

No dudó. Le dijo a la peluquera:

– Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?

– Seguro – fue la respuesta.

– Entonces en tres días estaré aquí.

Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.

El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.

Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería.

Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.

A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.

Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían.

Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj.

Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba.

La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado… vendiendo el reloj de oro del abuelo.

Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia.

El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

LA TRISTEZA Y LA FURIA

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta…

En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas.

Había una vez… un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes

y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente…

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.

La furia, apurada (como siempre esta la furia), urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua…

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró…

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza…

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está,

la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo,

así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada,

pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad…

está escondida la tristeza.

AUTODEPENDENCIA

"Me acuerdo siempre de esta escena:

Mi primo, mucho más chico que yo, tenía tres años. Yo tenía uno doce…

Estábamos en el comedor diario de la casa de mi abuela. Mi primito vino corriendo y se llevó la mesa ratona por delante.

Cayó sentado de culo en el piso llorando.

Se había dado un golpe fuerte y poco después un bultito del tamaño de un carozo de durazno le apareció en la frente.

Mi tía que estaba en la habitación corrió a abrazarlo y mientras me pedía que trajera hielo le decía a mi primo:

Pobrecito, mala la mesa que te pegó, chas chas a la mesa…, mientras le daba palmadas al mueble invitando a mi pobre primo a que la imitara…

Y yo pensaba: ¿…? ¿Cuál es la enseñanza? La responsabilidad no es tuya que sos un torpe, q

ue tenés tres años y que no mirás por dónde caminás; la culpa es de la mesa. La mesa es mala.

Yo intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje oculto de la mala intencionalidad de los objetos.

Y mi tía insistía para que mi primo le pegara a la mesa…

Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me parece siniestro:

vos nunca sos responsable de lo que hiciste, la culpa siempre la tiene el otro, la culpa es del afuera, vos no,

es el otro el que tiene que dejar de estar en tu camino para que vos no te golpees…

Tuve que recorrer un largo trecho para apartarme de los mensajes de las tías del mundo.

Es mi responsabilidad apartarme de lo que me daña. Es mi responsabilidad defenderme de los que me hacen daño.

Es mi responsabilidad hacerme cargo de lo que me pasa y saber mi cuota de participación en los hechos.

Tengo que darme cuenta de la influencia que tiene cada cosa que hago. Para que las cosas que me pasan me pasen, yo tengo que hacer lo que hago.

Y no digo que puedo manejar todo lo que me pasa sino que soy responsable de lo que me pasa porque en algo, aunque sea pequeño,

he colaborado para que suceda. Yo no puedo controlar la actitud de todos a mi alrededor pero puedo controlar la mía.

Puedo actuar libremente con lo que hago. Tendré que decidir qué hago.

Con mis limitaciones, con mis miserias, con mis ignorancias, con todo lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la mejor manera de actuar.

Y tendré que actuar de esa mejor manera. Tendré que conocerme más para saber cuáles son mis recursos.

Tendré que quererme tanto como para privilegiarme y saber que esta es mi decisión.

Y tendré, entonces, algo que viene con la autonomía y que es la otra cara de la libertad: el coraje.

Tendré el coraje de actuar como mi conciencia me dicta y de pagar el precio.

Tendré que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererme así como soy; y si te vas a ir de mi lado,

así como soy; y si en la noche más larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir… cerrá la puerta, ¿viste? porque entra viento.

Cerrá  la puerta. Si esa es tu decisión, cerrá la puerta. No voy a pedirte que te quedes un minuto más de lo que vos quieras.

Te digo: cerrá la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y esta va a ser mi decisión.

Esto me transforma en una especie de ser inmanejable. Porque los autodependientes son inmanejables.

Porque a un autodependiente solamente lo manejas si él quiere. Esto significa un paso muy adelante en tu historia y en tu desarrollo,

una manera diferente de vivir el mundo y probablemente signifique empezar a conocer un poco más a quien está a tu lado.

Si sos autodependiente, de verdad, es probable que algunas personas de las que están a tu lado se vayan…

Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno, habrá que pagar ese precio también.

Habrá que pagar el precio de soportar las partidas de algunos a mi alrededor y prepararse para festejar la llegada de otros (Quizás…)"

GALLETITAS

A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante.

En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén.

Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario.

Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano,

agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso,

toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.

La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita.

"No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad.

Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.

– Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.

– De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.

El tren llega.

Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren.

Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".

Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas…! Intacto!

2- 26 CUENTOS PARA PENSAR

JORGE BUCAY 

QUIERO

Quiero que me oigas, sin juzgarme.

Quiero que opines, sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mí, sin exigirme.

Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mi

Quiero que me cuides, sin anularme.

Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mi.

Quiero que me abraces, sin asfixiarme.

Quiero que me animes, sin empujarme.

Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mi.

Quiero que me protejas, sin mentiras.

Quiero que te acerques, sin invadirme.

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,

Que las aceptes y no pretendas cambiarlas.

Quiero que sepas, que hoy,

Hoy podés contar conmigo.

Sin condiciones.

AMARSE CON LOS OJOS ABIERTOS

Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja,

este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.

Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla

donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.

Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa.

La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro.

Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.

Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él.

Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro.

Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.

Hablamos del amor en el sentido de "que nos importa el bienestar del otro".

Nada más y nada menos. El amor como el  bienestar que invade cuerpo  y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.

Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío.

El  placer de estar con  alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos  y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.

Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente.

Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona

y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente;

también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento  personal.

Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es.

"El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra,

sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina

y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser.

En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en vos." Mauricio Abadi.

Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias.

EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO

Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada.

Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?.

¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

– ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas.

Quizás después… Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

– E… encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

– Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó:

Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda.

Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro.

Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes.

Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia

de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre,

pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro!

Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

– Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata,

pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

– ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo.

Vuelve a montar y vete al joyero.

¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él.

Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

– ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.

– Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa.

Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto.

¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

EL PORTERO DEL PROSTIBULO

No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

En realidad, era su puesto porque sus padres había sido portero de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre.

Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos.

Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio.

Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal.

Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar.

Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero…..

Me encantaría satisfacerlo, señor – balbuceó – pero yo… yo no sé leer ni escribir.

¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto

y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto…

Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo…

No lo dejó terminar.

Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización,

esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte.

Y sin más, se dio vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación.

Llegó a sí casa, por primera vez desocupado.

¿Qué hacer?

Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo

y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio.

Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.

Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada.

Tenía que comprar una caja de herramientas completa.

Para eso usaría una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería,

y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra.

¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.

A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas.

No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino.

Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.

Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… como me quedé sin empleo…

Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

Hagamos un trato – dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar.

¿Qué le parece?.

Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días…

Aceptó. Volvió a montar su mula.

Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?

Sí…

Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta.

Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.

El ex – portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

"…No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.

En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido.

De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.

Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.

Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.

Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo.

Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.

Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos.

Y luego, ¿por qué no? Las tenazas… y las pinzas… y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos…..

Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.

El empresario más poderoso de la región.

Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela.

Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la época.

El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador.

A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo:

Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela.

El honor sería para mí – dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.

¿Usted? – dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo – ¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir?

Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir?

Yo se lo puedo contestar – respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera sabido leer y escribir… sería portero del prostíbulo!

LA MIRADA DEL AMOR

El rey estaba enamorado de Sabrina: una mujer de baja condición a la que el rey había hecho su última esposa.

Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar que la madre de Sabina estaba enferma.

Pese a que existía la prohibición de usar el carruaje personal del rey (falta que era pagada con la cabeza),

Sabrina subió al carruaje y corrió junto a su madre.

A su regreso, el rey fue informado de la situación.

-¿No es maravillosa?-dijo-Esto es verdaderamente amor filial. No le importó su vida para cuidar a su madre!! Es maravillosa!

Cierto día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo fruta, llegó el rey.

La princesa lo saludó y luego le dio un mordisco al último durazno que quedaba en la canasta.

-¡Parecen ricos!-dijo el rey.

-Lo son- dijo la princesa y alargando la mano le cedió a su amado el último durazno.

-¡Cuánto me ama!-comentó después el rey-, Renunció a su propio placer, para darme el último durazno de la canasta.¿no es fantástica?

Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron del corazón del rey.

Sentado con su amigo más confidente, le decía:

-Nunca se portó como una reina… ¿acaso no desafió mi investidura usando mi carruaje? Es más, recuerdo que un día me dio a comer una fruta mordida.

LA CIUDAD DE LOS POZOS

Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta.

Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes…pero pozos al fin.

Los pozos se diferenciaban entre sí, no solo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).

Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres,

con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.

La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano:

La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior.

Lo importante no es lo superficial sino el contenido.

Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de cosas, monedas de oro y piedras preciosas.

Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos.

Algunos más optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas.

Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.

Pasó el tiempo.

La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.

Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron,

hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior…

Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.

No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada,

todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.

Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente.

El pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad…

Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo.

Hacerse más hondo en lugar de más ancho.

Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar.

Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido…

Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.

Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho…

Un día, sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: adentro, muy adentro, y muy en el fondo encontró agua!!!

Nunca antes otro pozo había encontrado agua…

El pozo supero la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera.

La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo,

revitalizada por el agua, empezó a despertar.

Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en troquitos endebles que se volvieron árboles después…

La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel".

Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. -Ningún milagro- contestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo…

Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.

Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas…

En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío…

Y también empezó a profundizar…

Y también llegó al agua…

Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo…

-¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban. -No sé lo que pasará- contestaba-

Pero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua hay. Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma…

Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás,

sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:

La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí,

aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar…

UN LUGAR EN EL BOSQUE

Esta historia nos cuenta de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.

Baal Shem Tov era conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso,

tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.

Se había hecho una tradición en este pueblo:

Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaba algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino.

Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía.

Y los llevaba a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque.

Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa,

y entonaba después una oración en voz muy baja… como si fuera para él mismo.

Y dicen…

que Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera,

quería tanto a esa reunión de gente en ese lugar del bosque…

que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban.

Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo…

Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cómo armar el fuego.

Una vez al año, siguiendo la tradición de Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y

deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de la manera en que habían aprendido del viejo rabino,

y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo,

o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en ese mismo lugar alrededor del fuego.

Y dicen…

que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida…

que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a todos los que ahí estaban.

El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo…

Y aquí estamos nosotros.

Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque.

No sabemos cuáles son las palabras.

Ni siquiera sabemos cómo encender

el fuego a la manera que Baal Shem Tov lo hacía…

Sin embargo hay algo que sí sabemos:

Sabemos esta historia,

Sabemos este cuento…

Y dicen…

que Dios adora tanto este cuento…

que le gusta tanto esta historia…

que basta que alguien la cuente…

y que alguien la escuche…

para que Él, complacido,

satisfaga cualquier necesidad

y conceda cualquier deseo

a todos los que están compartiendo este momento…

Amén… (Así sea…)

EL MAESTRO SUFI

El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…

– Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…

– Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.

– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo

– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?

– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.

– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…

– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…

– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte…

– Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…

– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:

– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada

SIN NOMBRE

Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino que debía seguir.

Todas las noches, al acostarse, le pedía a Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. 

Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi-místico buscando recibir una señal divina.

Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota.

Se quedó mirándolo y de repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma,

aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un sólo bocado.

Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él.

Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. 

Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua;

y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer. 

Increíble.

Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo,

lamerle las heridas y darle de beber.

El hombre se dijo: 

Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara.

"Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas".

Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. 

Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días… pero nadie le daba nada.

Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada. 

Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba muy angustiado, le dijo:

Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra.

¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente…

Y le contó lo que había visto en el bosque.

El sabio lo escuchó y luego dijo:

Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente.

Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que aprendieras.

El hombre le preguntó:

– ¿Por qué me abandonó?

Entonces el sabio le respondió:

– ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo?

Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

ESTRELLITAS Y DUENDES

"En el país de los cuentos había una vez un pequeño duende. Un duende muy travieso que siempre andaba riendo y saltando de un lado para otro…  

Vivía en una casita toda rodeada de montañas.

A su lado, un pequeño río que discurría plácidamente por la falda de la ladera describiendo un paisaje difícil de imaginar……….  

Lo que mas gustaba al duendecillo era ver como cada mañana, con los primeros rayos de sol,

todas las flores de su jardín iban abriendo una por una sus hojas…..   Uno de aquellos días, como muchos otros, salió a pasear a la montaña.

Y caminando entre las rocas encontró una flor: era una flor preciosa, nunca había visto otra de igual belleza.

Le había cautivado tanto que paso toda la tarde mirándola. Era maravilloso verla cuando se contorneaba cada vez que el viento acariciaba sus hojas………….  

Al siguiente día y al siguiente, y al otro, volvió para estar a su lado y mirarla.

Un día como tantos otros, nuestro duendecillo vio como de una de sus hojas caía una pequeña lagrima.

No entendía como la flor más maravillosa del mundo podía estar triste. Se acercó a ella y le pregunto:   -"?Por que lloras?". –

Y contesto la flor: "me siento triste aquí entre las rocas, sin nadie que me mire salvo tu.

Me gustaría vivir en un jardín como el tuyo y ser una mas de entre las flores. Además, te concederé el deseo que mas quieras si me llevas allí".  

Fue entonces, cuando el pequeño duende la tomo entre sus manos y con todo el cariño del mundo la planto en el lugar mas bonito de su jardín……….. 

Una vez cumplido el deseo, la flor le dijo al duendecillo:   – "Y bien, ahora que me has llenado de felicidad al traerme aquí?

que es lo que mas deseas en este mundo?".   

Y el duendecillo entonces, la miro fijamente y contesto:  

– "Quiero ser flor como tu para sentirme por siempre a tu lado".  

Y colorín colorado, en el país de los cuentos, el final ha llegado.

SIN QUERER SABER

Y si es cierto que has dejado de quererme…

Yo te pido,

¡Por favor, no me lo digas!

Necesito por hoy

y todavía navegar

inocente en tus mentiras…

Dormiré sonriendo

y muy tranquilo.

Me despertaré bien temprano en la mañana.

Y volveré a hacerme a la mar,

te lo prometo…

Pero esta vez…

sin atisbo de protesta o resistencia

naufragaré por voluntad y sin reservas

en la profunda inmensidad de tu abandono…

SIN NOMBRE 2

En un oasis escondido entre los mas lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

-Que tal anciano? La paz sea contigo.

-Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea.

-Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?

-Siembro- contesto el viejo.

-Que siembras aquí, ELIAHU?

-Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar.

-Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.

-No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…

-Dime, amigo: Cuantos años tienes?

-No se… sesenta, setenta, ochenta, no se… lo he olvidado… pero eso que importa?

-Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.

Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años,

pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

-Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles.

Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto…

y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

-Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste –

y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.

-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves , a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara.

parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás mas importante que la primera.

déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.

-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-:

sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces.

-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…

CODICIA

Cavando, para montar un cerco que separara mi terreno de el de mi vecino, me encontré enterrado en mi jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.

A mi no me interesó por la riqueza, me interesó por lo extraño del hallazgo, nunca he sido ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales,

pero igual desenterré el cofre.

Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres…

Mientras las apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando…

Constituían en sí mismas una verdadera fortuna. Solo por pasar el tiempo, empecé a imaginar todas las cosas que se podrían comprar con ellas.

Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro.  Por suerte, por suerte…no era mi caso…

Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener en un miserable que las monedas las había enterrado su abuelo,

y que por lo tanto le pertenecían a él.

Me dio tanto fastidio que lo maté…

Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a mí no me importa son las cosas que se compran con dinero,

eso sí, no soporto la gente codiciosa…

Vista desde lo alto del Volcan Lanín

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Poemas

 

 Un día decidí… 

Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar…
decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas,
decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución,
decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis,
decidí ver cada noche como un misterio a resolver,
decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades,
y que en éstas, está la única y mejor forma de superarnos.
Aquel día dejé de temer a perder y empecé a temer a no ganar,
descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fui.,
Me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.
Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien "Amigo".
Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, "el amor es una filosofía de vida".

Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente;
aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

Aquel día decidí cambiar tantas cosas…
Aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad.
Desde aquel día ya no duermo para descansar…
ahora simplemente duermo para soñar.
 

Walt Disney

 

En  tu ausencia

En tu ausencia aprendí,

que nuestra amistad,

sobre todas las cosas,

siempre vivirá.

 En ti encontré una amiga,

a la cuál nunca olvidaré,

y siempre que vea al mar,

a mi mente volverás.

Aunque lejos de mí te encuentres,

en mi corazón un espacio tendrás,

y cuando llegue el momento,

nos volveremos a encontrar.

Porque en nuestra vida estará,

una razón muy especial,

que nunca ha de morir,

y esa es nuestra amiga, la Amistad.

 

 

Locura

 Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos, cualidades y defectos de los seres humanos.

Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura como siempre tan loca, les propuso: ¡Vamos a jugar a las escondidas!

La intriga, levanto la ceja intrigada y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: ¿a las escondidas?, ¿Y cómo es eso? "Es un juego", explicó la locura, "en el que yo  me tapo los ojos y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre ocupa mi lugar para comenzar el juego".

El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué?, Si al final siempre la hallaban. La soberbia opinó que era muy tonto (en realidad lo que le molestaba, era que la idea no fue suya) y la cobardía, prefirió no arriesgarse.

"Uno, dos, tres…", comenzó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del éxito, que con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad no acababa de esconderse, pues cada sitio le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que sí un lago cristalino, ideal para la belleza; que si la rendija de un árbol, perfecta para la timidez; que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífica para la libertad, etc., finalmente terminó por ocultarse en un rayito de sol.

El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo…y solo para él.

La mentira se escondió en el fondo del océano, (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris), y pasión y el deseo en el centro de los volcanes.

El olvido…ya se me olvidó donde se escondió…pero no es lo importante.

Cuando la locura contaba 999.999, el amor aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

"Un millón", contó la locura y comenzó a buscar.

La primera en aparecer fue la pereza, solo a tres pasos debajo de una piedra. Después, encontró a la fe discutiendo con Dios en el cielo sobre la zoología, y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes.

En un descuido encontró a la envidia y claro, pudo deducir donde estaba el éxito. Al egoísmo no tuvo que ni buscarlo, él solito salió de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar, la locura sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la belleza, y con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado ocultarse.

Así, fue encontrando a todos.

Al talento, entre la hierba fresca, a la angustia, en la oscura cueva, a la mentira, detrás del arco iris, (mentira, si se había escondido en el fondo de los océanos), y hasta al olvido… al que ya se le había olvidado que estaba jugando a las escondidas.

Pero el amor, no aparecía en ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, dentro de cada riachuelo del planeta, en la cima de las montañas… y cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y las rosas. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un grito de dolor se escuchó…  las espinas habían herido los ojos del amor.

La locura, no sabía como disculparse. Lloró, rogó, imploró, pidió perdón, y hasta prometió ser su lazarillo. Y desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la Tierra, el amor es ciego, y la locura lo acompaña.

  

         

 

Con el tiempo…

 Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar el alma, y uno aprende que el amor no significa acostarse, y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado…hasta el sol quema.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar que alguien le traiga flores Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende…y con cada día uno aprende. Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que solo quien es capaz de amarte con tus defectos y sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado de amistades falsas.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes. Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual Con el tiempo te darás cuenta que aunque seas feliz con tus amigos algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te darás cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te darás cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones y desprecios multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.
Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres  ser amigo,… ante una tumba, ya no tiene ningún sentido.
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo, uno aprende…

 Jorge Luís Borges

              

   

 

No Me Pidas

Podes pedirme que acabe con
El hambre y la pobreza del mundo…

Podes pedirme que viaje hasta el sol
Sin nave espacial…

Podes pedirme que en una noche estrellada
Te lleve de paseo a la luna…

Podes pedirme que haga retroceder los relojes
Para regresar a los tiempos felices…

Podes pedirme que cruce los océanos a nado
Los desiertos a pie…

Podes enloquecer incluso y pedirme
Que sea bueno y humilde

Pero por favor no me pidas
Nada imposible

Por ejemplo no me pidas
Que deje de verte

No me pidas
Que deje de llamarte

No me pidas
Que deje de desearte

No me pidas
Que deje de entenderte

No me pidas
Que te abandone a tu suerte

Pero por sobre todas las cosas
No me pidas…

¡Que deje de amarte!

 

 

Amar… más allá

  

Amar…

Más allá de la distancia,

Sin límite, ni tiempo

Sólo amar es lo que anhelo,

Aunque no vea lo que quiero.

 

Amar…

 Más allá del cuerpo,

Donde y cuando hay amor

Lo demás es último término…

Siempre y primero el amor.

 

Amar…

Más allá de un cuerpo,

Cuando es puro el sentimiento,

No importa como seas,

No existen barreras,

Ni espacio, ni tiempo.

 

 

Amor Inevitable

 Eres Reina que exige la cordura como tributo
de todo visitante a los dominios de tu corazón.
Eres Mar donde naufraga el compromiso
y eres Sol que enciende y abrasa la pasión.

Mujer fatal, niña traviesa
dulce compañera, amiga fiel
dueña de una increíble belleza
tan enorme como la bondad de tu ser.

Cual Ángel de la Guarda me acompaña
la sensación de aquel místico abrazo
que en un instante, con aquellas lágrimas
nuestras almas en una eternidad fundió…

Recuerdo que sin motivo pediste perdón.
Recuerdo que… ¡Te amé con todo mi corazón!

Dios me quiere de ti separado
tremendo castigo cruel
será el pecado de haberte amado
tanto o más que a mi vida
tanto o más que a Él.

He buscado el sabor de tus labios en otros labios
He buscado el calor de tu cuerpo en otra piel
Ya no lo intento…

Ya no me engaño…
Este amor inevitable…

¡Por siempre te será Fiel!

 

 

Ausencia

 Si todo pensamiento me sabe a tu presencia
como hago dímelo para no extrañarte
ya es imposible disimular tu ausencia
si de esta agonía nada puede consolarme

Adónde están la magia y la fantasía
Adónde el poderoso anillo con la escritura
"Esto también pasara"
nada en esta tierra libera a mi alma
de la inquietud que la aprisiona
cuando me faltas, cuando no estás…

Si no hay tiempo, ni barreras, ni distancias
que separen a dos seres que se aman
entonces porque muero al tenerte distante
seré yo la maldita excepción a la regla
o serás tu mi vida que dejaste de amarme.

  

 

Como aprendí…

 

Qué cómo aprendí a vivir
y cuándo aprendí a querer?…..
¿Qué cómo aprendí a sufrir?….
¿Cuándo?…. ¿cómo?….no lo sé. 

Aprendí a mirar las estrellas,
alumbrando los sueños con ellas.
A mirar los colores del viento
y a sentir el sabor del silencio.

Aprendí a encender ilusiones
y a escuchar hablar los corazones,
con palabras calladas,
con matices de mil sensaciones.

Cuando un día, el dolor tomó mi mano,
conocí de frente a la tristeza,
la pena y el llanto se marcharon,
al sentir el amor y su grandeza.

La soledad, querida compañera,
la que con tanto miedo rechazaba,
me mostró la paz y la armonía
de los momentos que con ella estaba.

Comprendí, el sentido de la vida,
viviendo el amor y la desdicha,
sintiendo la alegría y la tristeza,
conociendo lo breve de la vida.

Aprendí el valor de la paciencia,
a calmar los vientos de mi ira,
a llenar con mares de esperanza
las zonas más oscuras de mi vida.

 

 

Cosas que he aprendido
 

HE APRENDIDO que no puedes hacer que alguien te ame; todo lo que puedes hacer es ser alguien que pueda ser amado. El resto depende de los demás.

HE APRENDIDO que a pesar de cuanto te preocupes de otros, algunos no se preocupan por nada.

HE APRENDIDO que toma años construir la confianza, y solo segundos destruirla.

HE APRENDIDO que no es lo que tienes en tu vida sino a quien tienes en tu vida, lo que importa.

HE APRENDIDO que no debes compararte con lo mejor que otros hacen, sino con lo mejor que tú puedes hacer.

HE APRENDIDO que siempre debes despedir a las personas queridas con palabras amorosas. Puede ser la última vez que las veas.

HE APRENDIDO que se puede perseverar mucho más de lo que se piensa.

HE APRENDIDO que los héroes son personas que hacen las cosas que hay que hacer, cuando es necesario hacerlas, no importan las consecuencias.

HE APRENDIDO que hay personas que te aman intensamente, pero no saben como demostrarlo.

HE APRENDIDO que a veces cuando estoy bravo, tengo el derecho de estarlo, pero eso no me da derecho a ser cruel o maltratar al otro.

HE APRENDIDO que la verdadera amistad continúa creciendo a pesar de las distancias. Igual que el verdadero amor.

HE APRENDIDO que solo porque alguien no te ama en la forma que quieres no significa que no te ama con todo lo que tiene.

HE APRENDIDO que no importa cuán bueno sea tu amigo, alguna vez puede herirte y tu debes perdonarlo.

HE APRENDIDO que no siempre es suficiente ser perdonado por otros, algunas veces debes aprender a perdonarte a tí mismo.

HE APRENDIDO que no importa cuán roto está tu corazon, el mundo no se detiene por tu pena.

HE APRENDIDO que nuestra crianza y las circunstancias pueden influir en quienes somos, pero somos responsables de quienes lleguemos a ser.

HE APRENDIDO que una discusion entre dos personas no significa que entre ellos no haya amor. Y solo porque no discuten, no significa que se aman.

HE APRENDIDO que a veces debes dar mas importancia a la persona que a sus acciones.

HE APRENDIDO que dos personas pueden mirar la misma cosa y ver algo totalmente diferente.

HE APRENDIDO que, sin importar las consecuencias, quienes son honestos consigo mismos iran más lejos en su vida.

HE APRENDIDO que cuando piensas que no tienes nada más para dar, si un amigo te pide ayuda, encontrarás la fuerza para ayudarlo.

HE APRENDIDO que escribir es tan bueno como hablar para aliviar los dolores emocionales.

HE APRENDIDO que muchas veces las personas a quienes quieres en la vida te son quitadas demasiado pronto.

HE APRENDIDO lo dificil que es saber donde trazar la línea entre ser amable, no lastimar los sentimientos y mantenerte firme en tus creencias.

HE APRENDIDO a amar y ser amado.

  

 

Dime

 Dime por favor donde estás,
en que rincón puedo no verte,
dónde puedo dormir sin recordarte
y dónde recordar sin que me duela.

Dime por favor dónde pueda caminar
sin ver tus huellas,
dónde puedo correr sin recordarte
y dónde descansar con mi tristeza.

Dime por favor cuál es el cielo
que no tiene el calor de tu mirada
y cuál es el sol que tiene luz tan sólo
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor cuál es el rincón
en el que no dejaste tu presencia.
Dime por favor cual es el hueco de mi almohada
que no tiene escondidos tus recuerdos.

Dime por favor cuál es la noche
en que no vendrás para velar mis sueños…
Que no puedo vivir porque te extraño
y no puedo morir porque te quiero.

 

 

Dos rosas

 

Dos rosas unidas para siempre

Y un vacío que cubre su manto

Dos vidas unidas que sienten alegrías

Dolores y llantos

 

Dos rosas que lloran la ausencia

Brisas y nubes que vuelan

Dos rosas que piden clemencia

Dos rosas que de amor ciegan

 

Dos rosas buscando el amor

Sudan rocío en el corazón

Dos rosas que buscan calor

Versos, miradas y canción

 

Rosas que están separadas

La crueldad de la distancia

Son rosas enamoradas

Un amor que nunca cansa

 

Tu eres una de esas rosas

Yo la otra unida a ti

Y sobre todas las cosas

Solo tu estas aquí

 

 

Dulce Princesa

 Vagaba insensible por esta vida sin color
con los ojos cerrados, agobiado por el dolor
hasta que de repente una intensa luz me ilumino…

Abrí los ojos, mire al cielo y ahí estabas vos
mágica, hermosa, radiante criatura virginal
como una dulce princesa escapada de un cuento irreal

La claridad de tus bellos e increíbles ojos
inundaron con intenso destello multicolor
cada uno de los espacios grises de mi corazón

El mínimo roce de tus dulces labios rojos
conmueve cada fibra intima de mi pasión
invitando a beber de ellos cada gota de tu amor

Tu inocente y provocativa sensualidad
te sacude, te golpea, te incita sin piedad
provocando una avalancha de furiosos sentidos
que te arrastran por toda la eternidad.

Inconsciente de mi, sin medir las consecuencias
te entregue mi vida, mi pasión, mi conciencia
te entregue quizás el más sincero de mis tesoros
el amor más puro y simple de todos

Tal vez te digan que quise arruinar tu vida
sería una estúpida, loca, idea suicida
si tu vida es la mía, si no hay vida sin ti
dicen tantas cosas ya no saben que decir…

La vida me ha golpeado de manera insaciable
con una indescriptible y feroz crueldad
terrible e intenso dolor, solo comparable
al que se siente cuando tu no estas…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estractos y cuentos de Jorge Bucay 1

    

 

Identidad personal

 La definición de identidad personal pasa necesariamente por el hecho de que haya habido otro que diga: éste sos. Si no existe otro en nuestra vida, aparece la sensación de incompletud. Otro que simpatice conmigo, que me dé su reconocimiento y que me haga saber de su aprobación.

 Narciso era un joven muchacho, tan hermoso que hasta las deidades del Olimpo celaban su belleza. Un día mientras tomaba agua en un estanque, Cupido fue enviado por los dioses para herirlo con unas de sus flechas. Así fue como Narciso se enamoro de su propia imagen; tanto, que ninguna otra persona volvió a parecerle atractiva, aunque otras seguían enamorándose de él. Ese era el resultado deseado por los dioses, el sufrimiento infinito de verse privado del placer de amar.

Eco por su parte, también había sido víctima de un conjuro, la esposa de Zeus le había quitado el don del habla.

Afrodita, la diosa del amor y la belleza, se había compadecido de Eco no pudiendo deshacer el hechizo anterior, lo atenuó, permitiéndole hablar pero solo para repetir lo que otros dijeran.

Cuenta la leyenda que un día Narciso caminaba por la orilla del un río, triste como siempre, sufriendo su pena, y desde detrás de un matorral Eco lo espiaba. Como todos los que se cruzaban con Narciso, también Eco se enamoro del joven pero no se animo a salir a su paso dado que nada podría decirle salvo que él le hablara primero. Dolorida por su condena, Eco lloro.

-¿Quién esta ahí?- pregunto Narciso al escuchar el llanto.

-¿Quién esta ahí?- contestó Eco.

-Soy yo, Narciso. ¿Y tú quién eres?

-Soy yo- repitió Eco.

-Sal a luz, quiero verte- dijo el joven.

-Quiero verte- dijo Eco.

-Ven aquí entonces- comandó Narciso.

-Ven aquí- repitió Eco-, ven aquí.

Narciso temió una nueva trampa de los dioses y no se atrevió a internarse en la espesura.

-¿Tú no entiendes que necesito amar a alguien?- preguntó Narciso.

-Tú no entiendes- contestó Eco llorando.

-Si no sales ya mismo…-exigió Narciso-…vete y adiós.

-Adiós-repitió Eco-, adiós…adiós…

El bello joven se dio cuanta de que el amor por fin llegaba a su corazón. Quizás porque al no ver a su amada no había tenido una imagen con quien compararla; quizás porque su voz solo le devolvía sus propias palabras… lo cierto es que sin razón para él, Narciso finalmente se había enamorado.

-Vuelve por favor-gritó-. Yo te amo.

Pero era tarde… la doncella ya no podía escucharlo.

Narciso se sentó junto al río y lloro.

Lloro como nunca había llorado, toda esa tarde y también toda esa noche. Tanto lloro Narciso que por la mañana, al salir el sol, su cuerpo se había secado y el joven amaneció transformado en una flor: el narciso, que desde entonces crece en las orillas de los ríos reclinado sobre el agua como llorando sobre su imagen reflejada.

 

Acerca del amor

Cada uno de nosotros tiene una sola manera de querer, la propia.

Querer y mostrarte que te quiero pueden ser dos cosas distintas para mí y para vos. Y en estas, como en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que necesariamente alguno de los dos este equivocado.

Mi mamá puede mostrarte que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina comida que a vos te gusta, eso significa que te quiere; ahora, si para el día que estas invitada ella prepara dos o tres de es deliciosas comidas que ella sabe hacer y le llevan muchas horas de preparación, eso para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta manera, puede quedarse sin darse cuanta de que para ella esto es igual a decir te quiero. ¿Es eso ser demostrativo? ¡Qué se yo! En todo caso esta es su  manera de decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos estilos, nunca podré decodificar el mensaje que el otro expresa.

Cuando alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y de su atención en vos.

 

Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de cinco años se levanto de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas los despertó.

-¿Cuánto ganas, papá?- le preguntó.                                          

-Ehhh… ¿cómo?- preguntó el padre entre sueños.

–Qué cuánto ganas en el trabajo.

-Hijo, son las doce de la noche, andate a dormir.

-Si papi, ya me voy, pero vos, ¿cuánto ganas en el trabajo?

El padre se incorporó en la cama y en grito ahogado le ordenó:

-¡te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos preguntes! ¡¡y menos a la media noche!!- y extendió su dedo señalando la puerta.

Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.

A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo:

-Respecto a la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200.

-¡Uhh!… cuánto que ganas, papi- contestó Ernesto.

-No tanto hijo, hay muchos gastos.

-Ahh… y trabajas muchas horas.

-Si hijo, muchas horas.

-¿Cuántas papi?

-Todo el día hijo, todo el día.

-Ahh- asintió el hijo y siguió –entonces vos tenés mucha plata ¿no?

–Basta de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.

Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.

Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.

-Papi ¿vos me podes prestar cinco pesos?

-Ernesto… ¡¡son las dos de la mañana!!- se quejó el papá.

–Si pero ¿me podé…

El padre no le permitió terminar la frase.

– Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla… Fuera de aquí… A su cama. Vamos.

Una vez más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.

Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta escuchó lloriquear casi en silencio.

Se sentó en su cama y le habló.

-Perdóname si te grité, Ernesto, pero son las dos de la madrugada, toda le gente esta durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podías esperar hasta mañana?

-Si papá- contestó el chico entre mocos.

El padre metió la mano en el bolsillo y sacó su billetera de donde extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:

-Ahí tenés la plata que me pediste.

El chico se enjugó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes de un peso. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los image hosting for myspacededos cuánto dinero tenía.

Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.

-Ahora sí- dijo Ernesto –llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.

-Muy bien hijo, ¿y qué vas a hacer con es plata?

-¿Me vendés una hora de tu tiempo, papi?

 

Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuánto le importás.

 

Hay muchas cosas que yo puedo hacer para demostrar, para mostrar, para corroborar, confirmar o legitimar que te quiero, pero hay una sola cosa que yo puedo hacer con mi amor, y es quererte. Ocuparme de vos, actuar mis afectos como yo los sienta.
Yo puedo decidir hacer algo que vos querés que haga con la idea de que te des cuenta de cuánto te quiero… Aunque no esté en mí, despertarme temprano, prepararte el desayuno, llenarte la cama de flores y despertarte llena de mimos… sabiendo cuánto te emociona, puedo hacerlo algunas veces. Cuando tenga ganas. Pero si me impongo hacerlo todos los días sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si yo nunca tengo ganas de hacer estas cosas, ni ninguna de las otras cosas que sé que te gustan entonces algo pasa.
               
El Amor es un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas.
Nuestra capacidad de Amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de recorrer juntos este camino, disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentada nuestra capacidad de disfrutar, precisamente porque estamos juntos.
 

Creencias del amor eterno

 Quizás el más dañoso y difundido de los mitos acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien te ama, te amará para toda la vida; y que si amas a alguien, esto jamás cambiará.

Y sin embargo, a veces, lamentablemente y dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina… Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo. Estoy diciendo que se deja de querer.

Creer que el amor es eterno es vivir encadenado al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel vínculo que alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor infinito, incondicional y eterno. Este es el vínculo que inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en mucho aspectos.

 

El amor es una llama que consume

Y consume porque es fuego, un fuego eterno…

Mientras dure.

 

Con respecto a los problemas afectivos, hay tres grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas mas de lo que son queridas, aquella que quieren dejar de querer a aquel que no las quiere mas porque le es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer mas a quien ya no quiere, porque todo seria mas fácil.

Lamentablemente, todos se enteran de las mismas malas noticias: no sólo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.

Qué fácil seria todo si se pudiera elevar el querómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción con el mío.

Pero las cosas no son así. La verdad es que no puedo quererte más que como te quiero, no podes quererme ni un poco más ni un poco menos de lo que me querés.

 

Cuenta una vieja leyenda sioux que, una vez, hasta la tienda del viejo brujo de la tribu llegaron, tomados de las manos, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las mas hermosas mujeres de la tribu.

– Nos amamos- empezó el joven.

-Y nos vamos a casar- dijo ella.

-Y nos queremos tanto que tenemos miedo.

-Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.

-Algo que nos garantice que podemos estar siempre juntos.

-Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.

-Por favor- repitieron -¿hay algo que podamos hacer?

El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.

-Hay algo…- dijo el viejo después de una larga pausa. -Pero no se…. es una tarea muy difícil y sacrificada.

-No importa- dijeron los dos.

-Lo que sea- ratificó Toro Bravo.

-Bien- dijo el brujo -Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin mas armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón mas hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendiste?

La joven asintió en silencio.

-Y tu Toro Bravo- siguió el brujo -deberás escalar la montaña del trueno y cuando llegues a la cima, encontrar la mas bravía de todas las águilas y solamente con tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta….Salgan ahora.

Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur…

El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.

El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de la bolsa. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.

-¿Volaban alto?- pregunto el brujo.

-Sí, sin dudas. Como lo pediste…. ¿Y ahora?- preguntó el joven- ¿Los mataremos y beberemos el honor de su sangre?

-No- dijo el viejo.

-Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne- propuso la joven.

-No- repitió el viejo. -Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con éstas tiras de cuero…Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.

El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero solo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.

-Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón, si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no solo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás atados.

 

 

Intimidad

Las relaciones íntimas tienen como punto de mira la idea de no quedarse en la superficie, y es esta búsqueda de profundidad la que le da la estabilidad para permanecer y trascender en el tiempo.

La relación íntima me permite, como ninguna, el ejercicio absoluto de la autenticidad.

Intimidad implica entrega y supone un entorno suficientemente seguro como para abrirnos. Sólo en la intimidad puedo darte todo aquello que tengo para darte.

Una de las características fundamentales de estos vínculos es el respeto a la individualidad del otro.

Las semejanzas llevan a que nos podamos juntar.

Las diferencias permiten que nos sirva para estar juntos.

Para poder construir una relación de intimidad hay ciertas cosas que tienen que pasar.

Tres aspectos de los vínculos humanos que son como el trípode de la mesa en el cual se apoya todo lo que constituye una relación íntima.

Esas tres patas son:

 

Amor

Atracción

Confianza

 

Para que la relación íntima perdure, es decir, para que el trípode donde se apoya la relación permanezca incólume, tengo que ser capaz de seguir queriéndote, tengo que poder confiar en vos, tenés que seguir resultándome una persona atractiva.

Para que tengamos intimidad, es importante que me quieras, que confíes en mi y que te guste.

 Esto de las tres patas no seria tan problemático si no fuera por ese pequeño, diminuto y terrible detalle: Ninguna de estas tres cosas (amor, confianza, atracción) depende de nuestra voluntad. 

 

Con respecto a los vínculos internos y externos; hay tres grupos:

Las relaciones cotidianas

Las relaciones íntimas

Las relaciones francas

 

Las del primer grupo, que son la mayor parte de las relaciones, yo soy el que decido si soy sincero, si miento o si oculto. Es mi decisión, y no las reglas obligadas del vínculo, la que decide mi acción.

En las relaciones íntimas, en cambio, no hay lugar para la mentira. Puedo decir la verdad o puedo ocultarla, pero por definición estas relaciones no admiten la falsedad.

El último, el de la franqueza, reservo este espacio para aquellos vínculos excepcionales, uno o dos en la vida, que uno establece con su amigo o su amiga del alma. Un vínculo donde ni siquiera hay lugar para ocultar.

La confianza en una relación íntima implica tal grado de sinceridad con el otro, que yo no contemplo la posibilidad de mentirle.

No creo que todos los encuentros deban terminar siendo relaciones íntimas, pero sí sostengo que sólo éstas le dan sentido al camino que recorramos.

Estractos y cuentos de Jorge Bucay 2

    

Amor a los hijos

 El mecanismo de identificación proyectiva, por el cual me identifico con algo que proyecté, es muchas veces el comienzo de lo que comúnmente llamamos “querer a alguien”.

La sensación de pertenencia y de incondicionalidad es de los padres para con los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres.

¿Serán capaces los hijos de sentir esto alguna vez?

Sí… por sus hijos. Pero no por mí.

No es ningún mérito querer a los hijos, pero para que ellos puedan querernos, van a tener que tomarse todo el tiempo… Van a tener que empezar por un pedazo de nosotros en el cual se puedan proyectar… identificarse luego con él… y transformar esa identificación en amor. Y entonces nos querrán (o no) dependiendo de lo que les haya pasado en ese vínculo.

La vivencia de la prolongación no es exclusiva de la mamá, es de ambos. Hay mujeres que, además del privilegio del embarazo, creen tener el oscuro derecho de negar que a los hombres también nos sucede esto con nuestros hijos.

Si bien es verdad que hay mas hijos abandonados por sus padres que por sus madres, habría que ver si esto demuestra que os padres son incapaces de querer a los hijos como una prolongación propia, o si es el efecto de una derivación social, donde el lugar que se le da al padre motiva esta actitud.

Si dejáramos a los padres sentir las cosas que las madres dicen sentir en exclusividad, quizás no existirían tantos papás abandonando a sus hijos.

Si la madre cree tener unívocamente derecho y posesión sobre los hijos y la sociedad se la avala, ¿qué lugar le queda al padre? Es responsabilidad del papá la manutención económica y de la mamá ka contención y la presencia afectiva.

Así, la estructura social dice que a la madre no se le puede separa del chico, con toda razón, y que sí se puede separar al padre del chico, con no sé cuánta razón.

Y sin embargo eso dicen los expertos. ¿Podemos creerles?

 

Cuando yo tenía ocho años, encontré el Río Perdido. Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi condado podía decirme cómo llegar, pero todos hablaban de él. Cuando llegué por primera vez al Río Perdido, me di cuanta rápidamente que estaba allí. Uno se da cuanta cuando llega. ¡Era el lugar más hermoso que jamás vi, había árboles que caían sobre el río y algunos peces enormes navegando en las aguas transparentes! Así que me saqué la ropa y me tiré al río y nadé entre los peces y sentí el brillo del sol en el agua, y sentí que estaba en el paraíso. Después de pasar toda la tarde ahí, me fui marcando el camino hasta llegar a mi casa y allí le dije a mi padre:

-Papá, encontré el Río Perdido.

Mi papá me miro y rápidamente se dio cuanta de que no le mentía. Entonces me acarició la cabeza y me dijo:

-Yo tenía más o menos tu edad cuando lo vi por primera vez. Nunca pude volver.

Y yo le dije:

-No, no… Pero yo marqué el camino, dejé huellas y corté ramas, así que podremos volver juntos.

Al día siguiente, cuando quise volver, no pude encontrar las marcas que había hecho, y el río se volvió perdido también para mí.

Entonces me quedó el recuerdo y la sensación de que tenía que buscarlo una vez más.

Dos años después, una tarde de otoño, fuimos a la dirección de guardaparques del condado porque mi papá necesitaba trabajo.

Bajamos a un sótano, y mientras papá esperaba en una fila para ser entrevistado, vi que en una pared había un mapa enorme que reproducía cada lugar del condado: cada montaña, cada río, cada accidente geográfico estaba ahí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran menores, para tratar de encontrar el Río Perdido y mostrárselo a ellos. Buscamos y buscamos pero sin éxito.

Entonces se acercó un guardaparque grandote, con bigotes, que me dijo:

-¿Qué estas buscando hijo?

-Buscamos el Río Perdido- dije yo, esperando su ayuda.

Pero el hombre respondió:

-No existe ese lugar.

-¿Cómo que no existe? Yo nadé ahí.

Entonces él me dijo:

-Nadaste en el Río Rojo.

Y yo le dije:

-Nadé en los dos, y sé la diferencia.

Pero él insistió:

-Ese lugar no existe.

En eso regresó mi papá, le tiré del pantalón y le dije:

-Decile, papá, decile que existe el Río Perdido.

Y entonces el señor de uniforme dijo:

Mirá niño, este país depende de que los mapas sean fieles a la realidad. Cualquier cosa que existiera y no estuviera aquí en el mapa del servicio oficial de guardaparques de los Estados Unidos sería una amenaza contra la seguridad del país. Así que si en este mapa dice que el Río Perdido no existe, el Río Perdido no existe.

Yo seguí tirando de la manga de mi papá y le dije:

-Papá, decile…

Mi papá necesitaba el trabajo, así que bajó la cabeza y dijo:

-No-hijo, él es el experto, si él dice que no existe…

Y ese día aprendí algo:

Cuidado con los expertos. Si nadaste en un lugar, si mojaste tu cuerpo en un río, si te bañaste de sol en una orilla, no dejes que los expertos te convenzan de que no existe. Confiá más en tus sensaciones que en los expertos, porque los expertos son gente que pocas veces se mojan.

 

¿Cuántos hijos habrán tenido esos expertos que excluyen del vínculo emocional a los padres?

¿En qué río no habrán nadado?

La verdad, ¿qué importa lo que digan los psicólogos? Qué importa lo que diga yo, lo que diga los libros, ¡qué importa lo que diga nadie! Lo que importa en el amor es lo que cada uno siente.

Porque cada  uno sabe perfectamente cuánto quiere a sus hijos, porque en todo caso este es tu Río Perdido, el que no esta en ningún mapa.

 

Los chicos crecen

 

Cuando una pareja decide tener hijos, aunque no piense en lo que va a pasar, está asumiendo una responsabilidad fantástica, pero también dramática a futuro. Y si… es dramático darme cuenta que esa persona a quien amo tanto como a mí mismo, o más, me va a abandonar, me va a criticar, me va a despreciar, va a decidir en algún momento vivir su vida sin mí.

Y eso es lo que nuestros hijos van a hacer, lo que deben hacer, lo que debemos enseñarles que hagan. Con un poco de suerte los veremos abandonar el nido aunque carguen con las carencias de nuestras miserias y aunque a veces tengan que padecer los condicionamientos de nuestros aciertos.

Salimos al mundo a buscar lo que nos faltó ofreciendo a cambio lo que recibimos.

Yo podría decir que recibí mucho amor, cuidado, protección, estímulo, normas y conciencia de la importancia del trabajo; y diría que me faltó presencia, reconocimiento, caricias y juegos.

Una vez, a un grupo de personas se les pidió que en un papel escriban: ¿Qué recibí? Y ¿Qué me faltó? Una mujer, con la primer pregunta respondió: “Nada”. Y agregó: “Por lo tanto me faltó: Todo”. Imagínense, esta mujer andaba por el mundo exigiendo “todo”, a cambio de lo cual no daba “nada”.

Y por supuesto que no encontraba lo que necesitaba.

Y por supuesto que lloraba todo el tiempo sus creencias y su soledad.

Y por supuesto se quejaba de la injusticia de que nadie le quisiera dar lo que ella necesitaba.

Porque estaba puesta en ese lugar: buscaba a alguien que le diera “todo” a cambio de “nada”.

La vida es una transacción: dar  y recibir son dos caras de la misma moneda. Si la moneda tiene una sola cara, es falsa, cualquiera sea la cara que falte. Es de todas formas dramático que alguien no quiera recibir “nada” a cambio de darlo “todo”.

 

Había una vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y hermoso que generosamente vivía regalando a todos los que se acercaba el frescor de su sombra, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas.

El árbol era querido por todos en el pueblo, pero especialmente por los niños, que se trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad complaciente.

Si bien el árbol tenía predilección por la compañía de los más pequeños, había un niño entre ellos que era su preferido. Este aparecía siempre al atardecer, cuando los otros se iban.

-Hola amiguito- decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ranas al suelo para ayudar al niño en la trepada, permitiéndole además cortar algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un poco. El chico se balanceaba con ganas y le contaba al árbol las cosas que le pasaban en su casa.

Con el correr del tiempo, cuando el niño se volvió un adolescente, de un día para el otro, dejó de visitar al árbol.

Años después, una tarde, el árbol lo ve caminando a lo lejos y lo llama con entusiasmo:

-Amigo… amigo… vení, acercate… Cuánto hace que no venís…Trépate y charlemos.

-No tengo tiempo para esas estupideces- dice el muchacho.

-Pero… disfrutábamos tanto juntos cuando eras chico…

-Antes no sabía que se necesitaba plata para vivir, ahora busco plata, ¿Tenés plata para darme?

El árbol se entristeció un poco, pero se repuso enseguida.

-No tengo plata, pero tengo mas ramas llenas de frutos. Podés subirte y llevarte algunos, venderlos y obtener la plata que querés…

-Buena idea- dijo el muchacho, y subió por la rama que el árbol le tendió para que se trepara como cuando era chico.

Luego arrancó todos los frutos del árbol, incluidos los que aún no estaban maduros. Llenó con ellas unas bolsas de arpillera y se fue al mercado. El árbol se sorprendió de que su amigo no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría urgencia por llegar antes que cerraran los compradores.

Pasaron casi diez años hasta que el árbol vio otra vez a su amigo. Era un adulto ahora.

-Que grande estás- le dijo emocionado; -vení, subite como cuando eras chico, contame de vos.

-No entendés nada, como para trepar estoy… lo que necesito es una casa. ¿Podés acaso darme una?

El árbol pensó unos minutos.

-No, pero mis ramas son fuertes y elásticas. Podrías hacer una casa muy resistente con ellas.

El joven salió corriendo con la cara iluminada. Una hora más tarde llegó con una sierra y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes. El árbol sintió el dolor, pero no se quejó. No quería que su amigo se sintiera culpable. Una por una, todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado. El árbol guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio al joven alejarse esperando inútilmente una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió.

Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para hacer crecer nuevamente ramas y hojas que lo alimentaran.

Quizás por eso, cuando diez años después lo vio venir, solamente dijo:

-Hola. ¿Qué necesitas esta vez?

-Quiero viajar. Pero ¿qué podés hacer vos? No tenés ramas ni frutos para vender.

-Qué importa, hijo- dijo el árbol, -podés cortar mi tronco, total yo no lo uso. Con él podrías hacer una canoa para recorrer el mundo.

-Buena idea- dijo el hombre.

Horas después volvió con un hacha y taló el árbol. Hizo su canoa y se fue. Del árbol quedó solo el pequeño tocón a ras del suelo.

Dicen que el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje.

Nuca se dio cuanta de que ya no volverá. El niño ha crecido y esos hombres no vuelven donde no hay nada para tomar.

El árbol espera, vacío, aunque sabe que no tiene nada más para dar.

 

Repito. Nuestros condicionamientos han hecho de nosotros esto que somos, pero seguimos pudiendo elegir.

Cuando yo asuma que no es posible encontrar a alguien que pueda darme presencia, reconocimiento, caricias y juego soportando mis normas. Mis exigencias y mi exceso de trabajo… quizás empiece a corregir lo que doy. Quizás aprenda a dar otras cosas. Quizás aprenda algo nuevo.

Puede suceder que te encuentres sintiendo que aquello que te faltó, en realidad es lo que más das. A veces pasa…

Es que en el camino aprendo a dar lo que necesito.

Es una exploración muy interesante, una jugada maestra para tratar de obtener lo que quiero.

Por ejemplo, voy por el mundo mostrando que a todos, no porque quiera aceptarlos, sino porque en realidad es los que busco, alguien que me acepte incondicionalmente.

Un pequeño intento para ver si m vuelvo lo mismo que yo estoy necesitando.

 

 

Mis hijos son hermanos

 

La mayoría de las veces, los padres somos casi únicos responsables de la mala relación entre hermanos, porque ésta tiene absolutamente que ver  con cómo los hemos educado.

Desde el punto de vista fraternal, nunca dejan de sorprender las peleas entre hermanos por la herencia, por el dinero, por el afecto de los padres, por las historias de las frases que empiezan con… “Mirá tu hermano”… o terminan con “por qué no haces como tu hermano”…

Aquel que tiene un hermano con el que no se relaciona, de alguna manera tiene un agujero en su estructura: ha perdido un pedazo de su vida.

No exageramos si decimos que en los conflictos entre hermanos el 75% del problema ha sido enseñado por los educadores.

La historia de los hermanos es fatal cuando algunos de los hijos queda excluido del amor de los padres, o por lo menos, de su cuidado y de su atención.

Es verdad que a los hijos se los quiere por igual. Después de un tiempo empiezan las afinidades y los padres se relacionan con cada uno de los hijos de diferente manera en diferentes momentos y en distintos grados de sintonía.

 Aquella exclusión es dañina, pero es peor cuando estas historias se destapan después de la muerte de los padres, cuando ya no se puede hacer nada para arreglarlo.

El cuanto del labrador y su testamento, habla un poco sobre el amor y la competencia entre hermanos.

 

Cuando el viejo Nicasio se asustó tanto con su primer dolor en el pecho que mandó a llamar al notario par dictarle un testamento.

El viejo siempre había conservado el mal gusto que le dejó la horrible situación sucedida entre sus hermanos a la muerte  de sus padres. Se había prometido que nunca permitiría que esto pasara entre Fermín y Santiago, sus dos hijos. Dejó por escrito que a su muerte un agrimensor viniera hasta el campo y lo mediara al milímetro.

Una vez hecho el registro debía disidir el campo en dos parcelas exactamente iguales y entregar la mitad del lado este a Fermín, que ya vivía en una pequeña casita en esa mitad con su esposa y sus dos hijos; y la otra mitad a Santiago, que a pesar de ser soltero pasaba algunas noches en la casa vieja que estaba en la mitad oeste del campo. La familia había vivido toda su existencia del labrado de ese terreno, así que no dudaba  que esto debía dejarles lo suficiente como para tener siempre qué comer.

Pocas semanas después de firmar este documento y contarles a sus hijos su dedición, una noche Nicasio se murió.

Como estaba establecido, el agrimensor hizo el trabajo de medición y dividió el terreno en dos partes iguales clavando dos estacas a cada lado del terreno y tendiendo una cuerda entre ellas.

Siete días habían pasado cuando Fermín, el mayor de los hijos del finado, entró a la iglesia y pidió hablar con el sacerdote, un viejo sabio y bondadoso que lo conocía desde que lo había bautizado.

-Padre- dijo el mayor de os hermanos, -vengo lleno de congoja y arrepentimiento, creo que por corregir un error estoy cometiendo otro.

-¿De qué se trata?- preguntó el párroco.

-Le diré, padre. Antes de morir el viejo, él estableció que el terreno se dividiría en partes iguales. Y la verdad, padre, es que me pareció injusto. Yo tengo esposa y dos  hijos y mi hermano vive solo en la casa de la colina. No quise discutir con nadie cuando me enteré, pero la noche de su muerte me levanté y corrí las estacas hasta donde debían estar… Y aquí viene la situación, padre. A la mañana siguiente, la soga y las estacas habían vuelto a su lugar. Pesé que había imaginado el episodio, así que a la noche siguiente repetí el intento y a la mañana otra vez la cuerda estaba en su lugar. Hice lo mismo cada noche desde entonces y siempre con el mismo resultado. Y ahora, padre, pienso que quizás mi padre esté enojado conmigo por vulnerar su decisión y su alma no pueda ir a cielo por mi culpa. ¿Puede ser que el espíritu de mi padre no se eleve por esto, padre?

El viejo cura lo miró por encima de sus anteojos y le dijo:

-¿Sabe ya tu hermano de esto?

-No, padre- Contestó el muchacho.

-Andá, decile que venga que quiero hablar con él.

-Pero padrecito… mi viejo…

-Después vamos a hablar de eso, ahora traéme a tu hermano.

Santiago entró en el pequeño despacho y se sentó frente al cura, que no perdió tiempo:

-Decime… ¿Vos no estuviste de acuerdo con la decisión de tu padre sobre la división del terreno en partes iguales, verdad?

-el muchacho no entendía muy bien cómo el sacerdote sabía de sus sentimientos-. Y a pesar de no estar de acuerdo no dijiste nada ¿no es cierto?

-Para no enojar a papá- argumentó el joven.

-Y para no enojarlo te viniste levantando todas las noches para hacer justicia con tu propia mano, corriendo las estacas, ¿no es así?

El muchacho asintió con la cabeza entre sorprendido y avergonzado.

-Tu hermano está ahí afuera, decile que pase- ordenó el cura.

Unos minutos después los dos hermanos estaban sentados frente al sacerdote mirando silenciosamente el piso.

-¡Qué vergüenza!… su padre debe estar llorando desconsolado por ustedes. Yo os bauticé, yo les di la primera comunión, yo te casé a vos, Fermín, y bauticé a tus hijos, mientras que vos, Santiago, les sostenías las cabecitas en el altar. Ustedes en su necedad han creído que su padre regresaba de la muerte a imponer su decisión, pero no es así. Su padre se ha ganado el cielo sin lugar a dudas y allí estará para siempre. No es esa la razón del misterio. Ustedes dos son hermanos, son iguales. Así fue como cada  uno por su lado, guiado por el mezquino impulso de sus intereses, se ha levantado cada noche desde la muerte de su padre a correr las estacas. Claro, a la mañana las estacas aparecían en el mismo lugar. Claro ¡si el otro las había cambiado en sentido contrario!

Los dos hermanos levantaron la cabeza y se encontraron en las miradas.

-¿De verdad Fermín que vos…?

-Si, Santiago, pero nunca pensé que vos… yo creí que era el viejo enojado…

el más joven rió y contagió a su hermano.

-Te quiero mucho, hermanito- dijo Fermín emocionado.

-Y yo te quiero a vos- contestó Santiago poniéndose de pie para abrazar a Fermín.

El cura estaba rojo de furia.

-¿Qué significa esto? Ustedes no entienden nada. Pecadores, blasfemos. Cada uno de ustedes alimenta su propia ambición y encima se felicitan por la coincidencia. Esto es muy grave…

-Tranquilo padrecito… el que no entiende nada, con todo respeto, es usted- dijo Fermín.- todas las noches pensaba que no era justo que yo, que vivo con mi esposa y mis hijos, recibiera igual terreno que mi hermano. Algún día, me dije, cuando seamos mayores, ellos se van a hacer cargo de la familia; en cambio Santiago está solo, y pensé que era justo que él tuviera un poco más, porque lo iba a necesitar más que yo. Y me levanté cada noche a correr las estacas hacia mi lado para agrandar el terreno de él…

-Y yo… – dijo Santiago con una gran sonrisa-. ¿Para qué necesitaba yo tanto terreno? Pensé que no era justo que viviendo solo recibiera la misma parcela que Fermín, que tiene que alimentar cuatro bocas. Y entonces, como no había querido discutir con papá en vida, me levanté cada una de estas noches para correr las estacas y agrandar el campo de mi hermano.

Estractos y cuentos de Jorge Bucay 3

 

El amor a uno mismo

 

Autoestima y egoísmo son tomados generalmente como términos antagónicos, aunque ambos comparten un significado muy emparentado: la idea de quererse, valorarse, reconocerse y ocuparse de sí mismo.

 

Cuenta una vieja historia que había una vez un señor muy poco inteligente al que siempre se le perdía todo. Un día alguien le dijo:

-Para que no se te pierdan las cosas, lo que tenés que hacer es anotar dónde las dejás.

Esa noche, al momento de acostarse, agarró un papelito y pensó: “Para que no se me pierdan las cosas…”

Se sacó la camisa, la puso en el perchero, agarró un lápiz y anotó: “la camisa en el perchero”; se saco el pantalón, lo puso a los pies de la cama y anotó: “el pantalón a los pies de la cama”; se sacó los zapatos y anotó: “los zapatos debajo de la cama”; y se sacó las medias y anotó: “las medias dentro de los zapatos debajo de la cama”.

A la mañana siguiente, cuando se levantó, buscó las medias donde había anotado que las dejó, y se las puso, los zapatos donde estaban anotados, los encontró y se los puso; lo mismo sucedió con la camisa y el pantalón. Y entonces se preguntó:

-¿Y yo dónde estoy?

Se buscó en la lista una y otra vez y, como no se vio anotado, nunca más se encontró así mismo.

 

A veces nos parecemos mucho a este señor estúpido. Sabemos dónde está cada cosa y cada persona que queremos, pero muchas veces no sabemos dónde estamos nosotros. Nos hemos olvidado de nuestro lugar en el mundo. Podemos rápidamente ubicar el lugar de los demás, el lugar que los demás tienen en nuestra vida, y hasta a veces podemos definir el lugar que nosotros tenemos en la vida de otros, pero nos olvidamos de cuál es el lugar que nosotros tenemos en nuestra propia vida.

Nos gusta enunciar que no podríamos vivir sin algunos seres queridos. Yo propongo hacer nuestra la irónica frase con la que sintetizo mi real vínculo conmigo:

 

No puedo vivir sin mí.

 

Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mí mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, hacerme feliz, regalarme cosas que me gustan, comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.

Tratarme como trato a los que más quiero.

Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo, ese alguien soy yo.

Y para eso debo empezar a aceptarme tal como soy. No quiere decir que me niegue a cambiar a través del tiempo. Quiere decir replantear la postura. Porque frente a alguna característica de mí que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.

El primero, el más común, es la solución clásica: Intentar cambiar.

El segundo camino, el que propongo, es dejar de detestar esa característica y como única actitud, permitir que, por sí misma, esa condición se modifique.

Incluso para cambiar algo el camino realmente comienza cuando dejo de oponerme. Nunca voy a adelgazar si no acepto que estoy gordo.

La teoría paradojal del cambio dice que solamente se puede cambiar algo cuidando uno deja de pelearse con eso.

Y si mi relación conmigo me condiciona tanto por dejar de vivir forzándome a ser diferente, imaginemos cómo  condiciona mi relación con los demás creer que ellos tienen que cambiar.

Enojarse con el otro por cómo es significa que, para que yo pueda quererlo, tiene que ser como yo quiero que sea. Si tu amiga es impuntual y la esperas una hora cada vez que te citás con ella, no te enojes. ¿Quién te obliga a esperarla? Cuando yo espero a alguien que es usualmente impuntual, la razón de mi espera es porque elijo esperarlo y no porque él llegó tarde. ¿Debo hacer responsable al otro de mis propias decisiones?

Tu concepto de la puntualidad es tuyo y yo no lo comparto. No tenés que ser como yo, pero no me pidas que sea como vos.

 

 Había una vez un rey al que le gustaba saberse poderoso, y deseaba que a su alrededor todos lo admiraran por su poderío.

Llamó un día a un sabio de la corte para preguntarle si había alguien más poderoso que él en el planeta, y el sabio le dijo que se había enterado de que vivía en el poblado un mago cuyo poder nadie más que él poseía; sabía el futuro.

El rey hirvió de celos y empezó a preguntar sobre este mago. Un día, cansado de que le contaran lo poderoso y querido que era el mago, el rey urdió un plan: invitaría al mago a una cena y, delante de los cortesanos, le preguntaría en que fecha moriría el mago que había llegado el reino. En el momento que respondiera, lo mataría con su propia espada para demostrar que el mago se había equivocado en su predicción. Se acabarían en, una sola noche, el mago y el mito de sus poderes…

El día del festejo llegó y, después de la gran cena, el rey hizo la pregunta:

-¿Es cierto que puedes leer el futuro?

-Un poco- dijo el mago.

-¿Cuándo morirá el mago del reino?

 El mago sonrió, lo miró a los ojos y contestó:

-Un día antes que el rey.

Al oír aquella respuesta, el rey no solo no se atrevió a matarlo sino que, temeroso de que le pasara algo, lo invitó a quedarse a vivir en el palacio con la excusa de que necesitaba un concejero sobre unas decisiones reales.

Por la mañana el rey mandó a llamar a su invitado. Para justificar su permanencia le hizo una pregunta; y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más. Todos los días el rey se tomaba el tiempo de charlar con el mago para confirmar que estaba vivo y para hacer alguna pregunta. Sentía que los concejos de su nuevo asesor eran tan acertados que terminó, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en todas sus decisiones.

Pasaron los mese y los años. Y como siempre, estar cerca del que sabe vuelve al que no sabe más sabio… así, el rey fue volviendo poco a poco más justo y dejó de necesitar sentirse poderoso. Reinó de un modo bondadoso y el pueblo empezó a quererlo. Ya no consultaba al mago con la idea de investigar su salud, realmente iba para aprender. Y con el tiempo, el rey y el mago llegaron a ser excelentes amigos. Hasta que un día, a cuatro años de aquella cena, el rey recordó que el mago, a quien consideraba ahora su mejor amigo, había sido su más odiado enemigo. Y recordó su plan urdido para matarlo.

Como no podía ocultar ese secreto sin sentirse un hipócrita, tomó coraje, golpeó la puerta del mago y, apenas entró, le dijo:

-Tengo algo para contarte, mi querido amigo, algo que me oprime el pecho.

-Dime- dijo el mago –y alivia tu corazón.

-Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería saber tu futuro, planeaba matarte ante cualquier respuesta que me dieras, quería que tu muerte desmitificara tu fama. Te odiaba porque todos te amaban… Estoy tan avergonzado…

El mago le dijo:

-Has tardado mucho en decírmelo, pero me alegra porque me permite decirte que ya lo sabía. Era tan clara tu intención, que no hacía falta ser adivino para saber lo que ibas a hacer… Pero como justa devolución a tu sinceridad, debo confesarte que yo también te mentí. Invente esa absurda historia de mi muerte antes que la tuya para darte una lección que recién hoy estas en condiciones de aprender:

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros, y hasta de nosotros mismos, que creemos despreciables, amenazantes e inútiles… y sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos viendo lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Nuestras vidas están ligadas por la amistad y la vida, no por la muerte.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron por la confianza de esa relación que habían construido juntos.

Cuanta la leyenda que, esa misma noche, misteriosamente, el mago murió mientras dormía, y que al enterarse, el rey cavó con sus propias manos un pozo en el jardín, justo debajo de su ventana, y que allí se quedó llorando al lado del montículo de tierra hasta que, agotado por el llanto y el dolor, volvió a su habitación.

Cuanta la leyenda que esa misma noche, veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey… murió en su lecho mientras dormía.

Quizás por casualidad… Quizás por dolor… Quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.

 

Este cuanto es la expresión de dos cosas: el amor y el egoísmo.

Se supone que el egoísmo es patológico cuando va en desmedro del otro,  cuando me impide compartir. Pero, ¿por qué el otro se vería dañado y afectado por el hecho de que yo me quiera mucho?

Sabemos que el amor no se agota, que mi capacidad de amar es ilimitada, y por lo tanto, es ridículo pensar que por quererme mucho a mí mismo no me va a quedar espacio para querer a los demás.

Con el egoísmo pasa exactamente lo mismo que l que le pasaba al rey con el mago.

El egoísmo es para mí un mago poderoso, capaz de revelarnos algunas verdades sobre nosotros mismos. Pero vivimos rechazándolo, lo queremos matar, sin darnos cuanta de que no podríamos vivir sin él.

Todo lo que cada uno se quiere así mismo es poco. Con seguridad, a todos todavía no falta querernos más.

Cuentos y estractos de Jorge Bucay 4

 

Encuentros Horizontales

 

La actividad sexual de todos empezó con el contacto erótico y sensual con el propio cuerpo.

La masturbación no tiene nada de malo, es maravillosa, una gran fuente de placer independiente, pero tiene un solo problema: no es suficiente. Si uno quiere más… entonces tiene que buscar más allá, y lo primero que saldrá a buscar es otra mano parecida a la propia.

Este es el descubrimiento de la homosexualidad, por la cual transitamos todos por un tiempo, la actuemos o no. La homosexualidad no tiene nada de malo, es maravillosa, puede dar mucho placer, pero tiene un solo problema: no es suficiente. Si uno quiere más… entonces, tiene que complicarse, tiene que buscar lo diferente. Y la complicación es enredarse con el otro sexo.

Este es el descubrimiento de la heterosexualidad. Por supuesto, la heterosexualidad no tiene nada de malo, es maravillosa, y uno puede obtener gran placer de ella, pero tiene un solo problema: no es suficiente. Si uno quiere más… entonces tiene que llegar a la abstinencia y a la meditación.

Pero antes de llegar ahí hay que haber tenido todo el sexo que uno desee. Porque a la abstinencia nunca se llega antes de sentir que todo el placer encontrado ha sido insuficiente…

Bagwan Shree Rajneesh (Osho)

 

 

La sexualidad es para el ser humano, más que para ningún otro ser vivo,  una fuente de placer.

En la especie humana, el encuentro sexual se produce, las más de las veces, sin estar ligados a la intención de procrear.

Pero como en nuestra cultura no hay placer sin culpa, entonces al hablar de sexualidad aparece la historia del placer culposo.

Cuando éramos chicos, la masturbación era una historia dramática, terrible y peligrosa que las madres y los padres censuraban y criticaban.

Algunos de los mitos que excedían el castigo de Dios eran, para los varones, la amenaza del crecimiento de pelos en la palma de la mano… o de volverse tarado… o de terminar  loco.

Para las mujeres, la censura amenazaba con el peligro de lastimarse y no poder tener hijos cuando fueran grandes.

Los padres de hoy aprendimos que la  masturbación es parte de la evolución normal de nuestros hijos, y al comprenderlo hemos dejado de hacer de la exploración que efectúan en sus propios cuerpos un motivo de persecución o de miradas censuradoras.

Afortunadamente, la sexualidad ya no es una cosa vedada de la que los chicos ya no pueden hablar.

 

Una señora va a una aerolínea a comprar dos pasajes en primera clase a Madrid. En la conversación, al pedir los nombres de los pasajeros el empleado descubre que el acompañante de la señora es un mono. La compañía se opone y el argumento de que si ella paga el pasaje puede viajar con quien quiera es radicalmente rechazado.

Si bien en un principio la compañía adopta esta actitud, una oportuna carta de recomendación de un político de turno logra que le den un permiso para llevar al mono, no en un asiento sino en una jaula, como marcaba la norma, tapado con una lona, pero en la zona del equipaje de las azafatas en el fondo de la cabina del avión.

La mujer acepta la negociación de mal agrado y el día del vuelo sube al avión con un a jaula cubierta con una lona verde que lleva bordado el nombre del mono: FEDERICO. Ella misma lo traslada al estante de puerta de tijera del fondo y se despide de él. “Pronto estaremos en tierra, Federico, como se lo prometí a Joaquín”.

Da un vistazo para controlar el lugar y vuelve a primera clase a acomodarse en su asiento.

A mitad de viaje, una azafata muy atenta tiene la ocurrencia de convidar al mono con una banana y, para su sorpresa, se encuentra con que el animal está tirado inmóvil en el piso de la jaula. La azafata ahoga un grito de horror y llama al comisario de abordo, no tan preocupada por el mono como por su trabajo. Todos sabían que la señora dueña del mono venía muy recomendada.

En el avión se arma un tremendo desparramo. Todos corren de aquí para allá. El comandante se acerca a Federico y le hace respiración boca a boca y masaje cardíaco. Durante más de una hora intentan reanimarlo, pero o ocurre nada. El animal está definitivamente muerto.

La tripulación decide enviar un cable a la base para explicar la situación. La respuesta que reciben tarda media hora en llegar. Hay que evitar que la pasajera se entere de lo sucedido. “Si la señora hace un escándalo posiblemente los dejen a todos en la calle. Tenemos una idea. Sáquenle una foto al mono y mándenla por fax al aeropuerto de Barajas en Madrid. Nosotros daremos instrucciones para reemplazar el simio apenas aterrice el avión”.

El personal a cargo efectúa la orden el pie de la letra. Envían la foto y en el aeropuerto ya se están llevando a cabo los preparativos para la operación de sustitución. Mientras esperan que el avión aterrice, comparan la foto del mono de la pasajera con el mono conseguido. Al mono muerto le falta un diente; entonces le arrancan uno con una tenaza al falso Federico. Luego ven que aquél tiene una marca rojiza en la frente, así que con matizador maquillan al mono nuevo. Detalle por detalle arreglan las diferencias hasta que finalmente un rápido hachazo equipara el largo de sus colas. Terminan el trabajo justo justo cuando el avión aterriza. Los asistentes suben rápidamente, sacan a Federico de la jaula, lo tiran al cesto de la basura y ponen al mono nuevo en su lugar. Lo tapan con la lona y el comisario es designado para entregarlo.

Con una sonrisa, el hombre le entrega la jaula a la señora mientras le dice:

-Señora, su mono.

La señora levanta la lona y dice:

-¡Ay, Federico! Estaos otra vez en tu tierra.

Pero cuando lo mira bien, exclama:

-¡Este no es Federico!

-¿Cómo que no es? Mire, tiene rojizo acá, le falta el dientito…

-¡Este no es Federico!

-Señora… todos los monos son iguales, ¡cómo sabe que no es Federico?

-Porque Federico… estaba muerto.

Y entonces todos se enteran de lo que nunca pensaron. La señora llevaba el mono a España para enterrarlo, porque era una promesa que le había hecho a su marido antes de morir.

 

Lo cierto del cuento es que nadie sabe mejor que yo lo que llevo en mi equipaje, lo que yo llevo lo sé yo.

¿Quién me va a decir a mí cómo tengo que viajar?

Con este cuento quiero decir que no se puede hablar de sexo desde otro lugar que no sea el de la propia experiencia, que es el equipaje que cada uno carga.

 

En primer lugar, hace falta desmitificar algunas creencias que hemos heredado sobre nuestra sexualidad.

La primera es que el sexo saludable, pleno, disfrutable, inconmensurable, y no sé cuantos “-ables” más, tiene que venir por fuerza ligado al amor.

Es una idea interesante, falsa, pero interesante.

Tanto ligamos el sexo al amor que hablamos de “hacer el amor” como si fuera un sinónimo de encuentro sexual. Y la verdad es que no son sinónimos.

El sexo es una cosa y el amor es otra.

Si bien es cierto que pueden venir juntos, a veces no es así. no necesariamente el amor conlleva sexualidad.

Así como amor tiene que ver con el sentimiento puro y no hace falta incluir el deseo sexual, tampoco el sexo necesita incluir al amor para ser verdadero.

Uno puede elegir incluirlo.

Uno puede decidir que ésta sea su forma de vivir el sexo y el amor, y es una decisión personal. Pero no es una decisión genérica, válida para todos.

Podemos decir que hay tres maneras de referirse a la relación sexual, son las tres palabras que más usamos en la Argentina.

Para saber de qué hablamos, vamos a diferenciar entre “fifar”, “coger” y “hacer el amor”.

  

Fifar (para los de mi época, “curtir” para la generación actual)

 

Fifar, en nuestro slang, es un sinónimo vulgar y simpático de tener un encuentro sexual intrascendente. Es por definición incidental, descomprometido y de alguna forma deportivo. Es el hecho puro, concreto y mecánico de uno que vio pasar a otro y por alguna razón terminó en una cama. Se encontraron pero no establecieron ningún vínculo, ningún diálogo verdadero. Puede ser placentero o displacentero, pero nada más.

Fifar es acostase con un culo, con un auto, con una cara atractiva, con mi propia calentura del día. El otro es sólo un accidente, un partenaire, alguien que cumple una función para que podamos tener un intercambio de fluidos.

 

Coger

 

En cambio, coger, que usamos coloquialmente en la Argentina, define un algo más. Coger es una palabra mal tratada, se la toma como una “mala palabra” y es el término que usamos cotidianamente para hablar de sexo, lo cual no es casual.

En casi todos los idiomas del mundo, la palabra más popular para definir el acto sexual, la que se usa en la calle, siempre tiene un sonido /k/, /j/, /f/, porque estos tres fonemas le dan a la palabra la fuerza que tiene que tener para significar lo que representa (“cushé” en francés, “fuck” en inglés, “follar” en España, “litfok” en hebreo).

Coger denota un modelo de vínculo donde no solamente se FIFA por deporte, hay más, hay un vínculo entre las personas, algo les pasa. Este algo puede ser muchas cosas: afecto, simpatía, atracción trascendente, atracción fugaz, experiencias compartidas, etc., pero hay necesariamente un vínculo establecido.

Se puede fifar con cualquiera, pero no se puede coger con cualquiera.

Para coger, hace falta involucrarse, tener un vínculo.

  

Hace el amor

 

Hacer el amor es coger cuando el vínculo que hay entre nosotros es el amor.

Si yo no amo, no puedo hacer el amor. Lo puedo Llamar como quiera, pero no es un acto amoroso, y como no es un acto amoroso no es hacer el amor.

No tiene nada de malo coger sin hacer el amor.

No es mejor hacer el amor que coger.

Ni es mejor fifar que coger.

Son tres cosas diferentes y ninguna es mejor que la otra.

En todo caso, sería bueno saber qué estamos haciendo en cada momento, para establecer lo que nos pasa. Y no creer que necesariamente para tener una actividad sexual hace falta hacer el amor. A fin de cuentas, es una decisión personal.

Por ejemplo, yo podría decidir que fifar, a mí, no me interesa más, que no me parece divertido, que no me alcanza. Podría decidir que el hecho de coger no me interesa más y que me interesa solamente hacer el amor. Y podría centrarme en esta elección. De hecho, para mí es mejor coger que fifiar y es mucho mas placentero hacer el amor que coger. Pero no por esto voy a hacer creer a los demás que lo único que sirve, que lo único bueno, verdadero y sano es el sexo que se tiene haciendo el amor.

Decirlo de otra manera sería no solo una exageración sino, además, una gran mentira.

Que yo agregue cosas al hacer el amor para hacer la relación más completa, más trascendente, más intensa o más energéticamente movilizadora para mí, no quiere decir que coger no sea sexo no que fifar no sirva.

Ninguna de las tres formas excluye la posibilidad de disfrutar.

Uno puede comer un helado de crema.

Uno puede comer un helado de crema y bañarlo en chocolate.

Uno puede comer un helado de crema bañado en chocolate y ponerle una frutilla arriba.

Suponiendo que a mí me gustan estas tres cosas, cada vez, el helado resultante será más rico.

Pero esto no quiere decir que el helado de crema solo no sea un helado, que helado sin frutilla no sea rico, etc.

A medida que pasa el tiempo, uno se va poniendo más exigente con su sexualidad. Como si con el correr de los años conformara menos el mero placer y se busca más comprometidamente aquellos encuentros que realmente satisfacen.

 

Hacer el amor implica una conexión con el amor que no se da todo el tiempo, no siquiera entre dos personas que se aman.

 

Esto permite por suerte, que las relaciones sexuales con una pareja estable no  sean siempre iguales; permite vaivenes, encuentros y desencuentros, distancias y aproximaciones, toda una serie de situaciones que no tienen por qué pensarse como un problema.

Por supuesto, si alguien ha llegado a conquistar la idea de hacer el amor, el día que se encuentra con que hace tiempo sólo puede coger con su pareja, siente que algo esta faltando, entonces tendrá que plantearse dónde ha quedado aquello que conquistaron juntos.

 

La sexualidad es tan importante en la vida que valdría la pena empezar a pensar la como un desafío. El desafío de la sexualidad plena.

¿Qué es la sexualidad plena?

La relación sexual plena debería incluir por partes iguales ternunra y erotismo.

A mí me gusta decir simbólicamente que habría que llegar a la cama con un ramo de flores y un video pornográfico. Esta sería la suma.

 

Flores + video

 

F: fantasías para compartir

L: lugares­­­ para cambiar  

O: que te ocupes de vos

R: romanticismo presente

E: explorar el encuentro

S: sentidos para incluir

 

V: vaciarse del afuera

I: irracionalidad suprema

D: diversión imprescindible

E: expresión del sentir

O: olvidarse del orgasmo

 

Ella y yo hacíamos el amor diariamente.

En otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles

hacíamos el amor invariablemente…

Los jueves, los viernes y los sábados,                                            

hacíamos el amor igualmente…

por último los domingos

hacíamos el amor religiosamente…

hacíamos el amor compulsivamente.

Lo hacíamos deliberadamente.

Lo hacíamos espontáneamente.

Hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres,  por favor, por supuesto, por teléfono,

de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso,

como primera medida y como último recurso.

Hacíamos el amor por ósmosis y por simbiosis:

y a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.

Pero también hacíamos el amor yo a ella y ella a mí:

es decir, recíprocamente.

Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla,

entonces hacíamos el amor lastimosamente.

Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba en que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno

 de los dos alcanzaba el orgasmo.

Decíamos entonces,

que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien a ella le daba por recordar las ardillas que el tío Esteban le trajo de Wisconsin que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba las sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosas, esperando la eclosión de las cuatro de la tarde….

Así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.

Muchas veces hacíamos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura.

O de noche con la luz encendida, o de día con los ojos cerrados.

O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia.

O viceversa.

Contentos, felices, dolientes, amargados.

Con remordimiento y sin sentido.

Con sueño y con frío.

Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro,

entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos,

hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.

Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente.

Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.

Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente.

Hacíamos el amor físicamente,

de pie y cantando,

de rodillas y rezando,

acostados y soñando.

Y sobre todo,

y por la simple razón

de que yo lo quería así y ella también,

                                                            Hacíamos el amor…

                                                                                            Voluntariamente.